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25 de noviembre de 2001Correo

Por qué no un banco agrario de primer piso

En 1999 todo el sistema formal llegó a prestar al agro US$ 500 millones, casi el doble de lo que prestaba en 1995, y la banca comercial explicó el 90% de esos recursos. Destruir este sistema por unos cuantos años con un poco más de crédito es una irresponsabilidad imperdonable.

La reciente discusión acerca de la creación del banco agrario (BA) ha estado muy politizada desde que apareció con las promesas electorales. Luego de la instalación del nuevo gobierno, la propuesta se mantiene, empujada por grupos de congresistas guiados por sus propios intereses, o el de sus electores más vociferantes. Para justificar la idea, se esgrimen diversos argumentos, cuya falsedad pretendo establecer en este artículo.

En primer lugar, parece pensarse que es muy fácil generar las capacidades para que una institución asigne crédito en el medio rural. En segundo lugar, pareciera que existe la idea que la intervención de un banco agrario no afectaría el funcionamiento de las instituciones financieras que operan en el sector, o la decisión de otras empresas de invertir en el desarrollo del mismo.

En tercer lugar, existe un gran desconocimiento acerca de las posibilidades de desarrollar un sistema financiero rural sostenible a partir de instrumentos de segundo piso. Analicemos uno a la vez para establecer la inconveniencia de un banco agrario de primer piso.

El negocio de una institución financiera rentable y sostenible es harto complicado, especialmente en el medio rural. Lograr una capacidad institucional para asignar crédito en el entorno rural es un proceso lento, en cuanto es necesario conocer sus necesidades de financiamiento y las características de los agentes involucrados.

Además se debe lidiar con una estructura de propiedad atomizada, baja rentabilidad y escasa capacidad de ofrecer garantías por sus préstamos.

De otro lado, es importante considerar el efecto de la creación del BA sobre las cajas rurales y municipales, las EDPYMES y especialmente la banca comercial. Una institución que ha de prestar, pero cuyos objetivos son el apoyo a los pequeños productores y el desarrollo del sector genera expectativas negativas acerca de la capacidad de recuperación de sus préstamos. La creación del antiguo BA ya representó una paulatina retirada de la banca comercial, especialmente a partir de los años 60.

Se argumenta mucho que la banca comercial no ha prestado lo suficiente al agro. Sin embargo, la experiencia de la década pasada mostró un crecimiento sostenido de los créditos comerciales.

En 1999 todo el sistema formal llegó a prestar US$500 millones, casi el doble de lo que prestaba en 1995, y la banca comercial explicó el 90% de esos recursos. Destruir este sistema por unos cuantos años con un poco más de crédito es una irresponsabilidad imperdonable.

La última semana han aparecido declaraciones en contra de la creación de una banca de primer piso, a partir del condicionamiento que ha impuesto el FMI por el temor a sus efectos sobre el déficit fiscal. Eso sirve, en cuanto equipara la balanza de intereses políticos, pero es necesario entender que hay razones muy claras para que nosotros mismos nos opongamos, sin necesidad de esperar el jalón de orejas de los organismos multilaterales.