Jesús Herrero, el jesuita que veló por la educación en Perú
El sacerdote jesuita español Jesús Herrero Gómez falleció, a causa de un infarto, el pasado 10 de diciembre a los 71 años de edad en Lima (Perú). Fue coordinador general de la red de colegios Fe y Alegría en Perú de 1988 a 1998, y en el momento de su muerte era el presidente del Consejo Nacional de Educación, CNE, un ente consultivo del ministerio del sector.
Herrero, nacido en Madrid (1942), llegó a Perú a los 18 años, poco después de empezar su formación religiosa, para continuar con el noviciado. En 1969 se incorporó a Fe y Alegría –un movimiento de Educación Popular Integral y promoción social– en Lima y desempeñó variadas posiciones, entre ellas, profesor de talleres técnicos y coordinador general. Como educador y religioso recorrió muchos puntos del país. “Encontré una segunda patria que más allá del pasaporte que hace muchos años me otorgó, me ofreció su suelo para recorrerlo y admirarlo en sus ríos, selvas, nieves y mares”, le gustaba recordar.
La exministra de Educación peruana Patricia Salas, conoció de cerca la labor de Herrero en el CNE, pues ella también lo presidió, e indicó a EL PAÍS que el sacerdote estaba “convencido de que fortalecer la escuela pública es esencial en Perú”. Según Salas, no había ministro, comisión parlamentaria de Educación, ONG o empresa que no haya consultado con Herrero.
El trabajo del jesuita se guió por tres líneas: educación de calidad con equidad, igualdad de género y el rol del director en la gestión escolar. Una de las luchas de Herrero era “que la educación estuviera al servicio de los estudiantes y no de la burocracia”.
Santiago Cueto, otro miembro del CNE, destaca de Herrero el hecho de que pudiera hablar por igual con los más humildes y los más poderosos. Sin embargo, le llama la atención que haya escrito tan poco, “quizá porque era un sócrates de la vida moderna, persuade a las personas al hablar con humor”, explica el vocal del CNE. Cueto también recuerda la facilidad del sacerdote para un humor que distendiera las tensiones entre personas de origen diferente.
Una de las primeras tareas que desempeñó cuando llegó a Perú fue encargarse de la rifa de Fe y Alegría. “Era un peruano más que se conocía el país de cabo a rabo”, agrega Cueto. En 2008, Herrero recibió la más alta distinción que entrega el Ministerio de Educación a un profesor: el grado de Amauta y las Palmas Magisteriales.
Herrero conocía la educación por dentro. Siempre preocupado por los procedimientos administrativos, como, por ejemplo, que saliesen los cheques de pago, o asegurarse de que un profesor indígena (bilingüe) llegase a tiempo para empezar el año escolar.
Aunque se conocía que Herrero tenía un mal cardiaco, su muerte sorprendió a sus allegados. El jesuita español Fermín Rodríguez Campoamor, párroco de Chiriaco, Amazonas, dijo a EL PAÍS que Herrero tuvo “grandes cualidades humanas de simpatía y de sensibilidad ante cualquier problema que afectase a la justicia, la libertad, el respeto a los derechos de cualquiera, pero muy en particular de los profesores y alumnos”.
Fuente: El País