Deslindes. Poniendo en venta el orgullo
La venta de la cadena Wong a una empresa chilena ha generado sentimientos encontrados en un amplio segmento de la clase media y media alta limeña, acostumbrada a comprar al estilo «moderno» del supermercado pero con ese sabor a bodega de barrio que supo mantener y ampliar, con mucho trabajo y esfuerzo, esta notable familia peruano-china. No por casualidad muchos se han sentido traicionados por la venta de algo que imaginábamos no estaba a la venta. Es como que alguien hubiera vendido nuestra confianza, esa tácita relación entre cliente leal y proveedor cercano, conocido, atento y siempre sonriente, siempre parecido al chino de la esquina. Ahora, ¿lo hará igual un modernísimo dueño chileno? Habrá que ver.
Y es que son las contradicciones de la globalización pues. Algunos radicales del TLC nos dicen que la globalización es pura ganancia, pura modernidad ganadora. Pero no nos dicen que también es aceptar que todo está a la venta, que nuestros símbolos más preciados y que algunas de nuestras esperanzas en «ser diferentes y especiales», también están en vitrina al mejor postor. Por eso lo de Wong, que es totalmente legítimo y legal, nos molesta, no sabemos bien por qué, pero nos toca en eso de no saber nunca qué tan buenos somos, en la autoestima nacional que ahí anda, casi a ras del suelo por el desastroso fútbol, con esas dudas casi eternas sobre nuestra identidad colectiva.
Porque si lo miramos desde un punto de vista económico, quizás simplonamente economicista, lo que ha ocurrido es algo bueno. Hay US$ 500 millones que vienen a nuestro país y que seguramente serán invertidos en negocios y empleos adicionales para los peruanos. Pero si lo miramos como lo que también es, es decir, la puesta en venta de algo que creíamos no se podía vender, ya no estamos tan seguros. Es lo que sucede a cada rato en nuestra vida. No todo puede ser puesto en venta, y los peruanos quizás no hemos sabido aún calibrar qué queremos poner en venta y qué no. De ahí que ahora hay teorías de perros del hortelano: hay que poner todo en venta y en valor, no importa si son tierras comunales o pedazos de la amazonía. De eso se trata la globalización de un Presidente ahora desmedidamente converso al libre mercado.
Lo de Wong, entonces, es para aprender, para pensar, para ir sabiendo que lo económico no puede ni debe separarse de nuestros valores e identidades, para tener en cuenta que las relaciones no comerciales suelen ser las que hacen que un negocio sea más que un simple negocio, y por eso un buen negocio para la sociedad. Pienso que los chilenos que han comprado Wong se han equivocado, y en grande. Seguramente piensan sacar ganancias rápidas de esto, pero en el camino será muy difícil comprar la confianza de una clientela exigente y muy engreída, de esas que se ofende a la primera. También les será harto difícil mantener en el buen personal (que quede) en la cadena esa disposición permanente a la atención y al servicio personalizado. Quizás algunos de los clientes más conservadores vuelvan por un tiempo a la bodega o el mercadillo más cercano, en búsqueda de algo perdido… hasta que las demandas cotidianas de la globalización nos obliguen a volver a comprar en el supermercado más cercano, por razones de tiempo o por falta de tiempo para encontrar otras razones. Así es este tren de la globalización. Si nos subimos, es porque estamos dispuestos a dejar algunos de nuestros trastes más queridos atrás.