Crisis financiera e instituciones globales
La crisis financiera global ya viene afectando el crecimiento económico de los países industrializados, generando respuestas poco coordinadas y de alto costo fiscal en EE.UU. y en Europa, las que, parece, serán poco efectivas para evitar una recesión mundial. Y, aunque un esfuerzo más coordinado entre los países centrales parece estar en ciernes, queda la duda si el mundo capitalista cuenta, efectivamente, con instituciones y reglas adecuadas para enfrentar una desorganización económica que, se suponía, no podía volver a ocurrir desde la traumática experiencia de la década de los 30.
Una de las pocas cosas positivas de una crisis de esta magnitud es que se generan espacios para un debate más amplio y pluralista sobre las opciones que tienen los países para enfrentar, no solo una crisis financiera de escala global como esta, sino problemas más profundos de pobreza, desigualdad y deterioro ambiental. La comunidad internacional debe volver a discutir las reglas económicas y financieras diseñadas por las potencias capitalistas desde la posguerra, y cuyas entidades más representativas son el FMI, el Banco Mundial y la OMC. Hasta ahora, estas reglas han mostrado enormes limitaciones para enfrentar los problemas.
Una muestra de ello ha sido la indiferencia de los países ricos del norte frente a la crisis alimentaria que afecta a millones de personas y que profundiza la pobreza en el mundo. Según la FAO, se necesitaban US$30 mil millones para evitar los actuales efectos de la crisis alimentaria en las poblaciones más vulnerables. Se trata de un monto menor al 5% del rescate financiero aprobado en EE.UU. para evitar el colapso de su sistema financiero. Bajo las reglas actuales no fue posible movilizar estos recursos fundamentales. Es evidente que el orden de prioridades no está puesto en las necesidades de millones de seres humanos en situación vulnerable, sino en otro lado.
En mi opinión, una de las discusiones más importantes en torno a la crisis internacional es si podremos (o queremos) ver emerger un nuevo sistema de reglas más equilibradas en términos económicos, sociales y ambientales en el mundo, donde tenga real prioridad la satisfacción de necesidades básicas de todos los seres humanos sin exclusiones, con crecimiento sostenible, con equidad y amplias libertades políticas y civiles. Este es el verdadero debate y el desafío que tenemos por delante y que no debemos perder de vista.