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April 3, 2024Le Monde

Eduardo Zegarra’s shares his thoughts on access to drinking water in Lima via Le Monde

“Of course Sedapal could connect these areas to the public network, but it would be extremely costly and they have very few resources. So there is little political interest, these areas are not a priority.”

Eduardo Zegarra, senior researcher at GRADE, writes in the newspaper Le Monde about the water problem in Lima that mainly affects the suburban areas of our capital.

Below is a Spanish translation of the article written by Amanda Chaparro “A Lima, capitale du Pérou au milieu du désert, l’accès à l’eau potable est un combat”.

En Lima, capital de Perú en medio del desierto, el acceso al agua potable es una batalla, Le Monde, 23/03/2024

Por Amanda Chaparro (Lima, Villa Maria del Triunfo, Surco, Chosica, enviada especial)

REPORTAJE | En la capital de Perú, un millón y medio de habitantes no cuenta con acceso a agua potable, y los episodios de sequías, «más intensos, más largos y más frecuentes», anuncian una crisis hídrica generalizada.

Son apenas las 9 de la mañana en la capital peruana y el mercurio ya indica 26ºC a principios de marzo, en pleno verano austral. Brígida Yana Condori, de unos treinta años, hace una pausa para limpiarse el sudor de las sienes mientras sube las escaleras que la llevan a su casa, en las alturas del barrio de Villa María del Triunfo, a las afueras de Lima. En el patio de su casa, levanta la tapa del tanque que contiene sus reservas de agua para el mes: 1100 litros, que tiene que compartir con sus dos hijos – de 4 y 11 años – y con su hermano.

A su alrededor, baldes: uno para cocinar, uno para lavarse. El agua usada se reutiliza para limpiar. No se puede desperdiciar ni una sola gota. “Bienvenido al paraíso”, el nombre de su asentamiento, exclama esta residente entre carcajadas. Empleada doméstica “en la ciudad”, vive en una pequeña casa hecha con esteras. Su barrio no está conectado al sistema de suministro de agua potable gestionado por la empresa pública Sedapal. “Bastante miserable nuestro paraíso, ¿no?, dice con una sonrisa.

Para abastecerse de agua depende de sus vecinos a quienes les compra agua, a los de al lado, a los de más abajo, o sino depende del paso aleatorio del camión cisterna. Sin embargo, el precio que cobra este último es prohibitivo: hasta diez veces más caro que el agua de la red pública.

Otro motivo la inquieta en este momento: la propagación del dengue, que está proliferando en toda América Latina. Se han registrado casi 1,9 millones de casos. En Perú, el estado de emergencia fue decretado en una veintena de departamentos, entre ellos Lima. Brígida sabe que almacenar agua no es ideal “a mi hijo de 4 años lo pican, pero se necesita agua para vivir. Nos gustaría mucho beneficiarnos de un proyecto de agua y desagüe. Como dice el gobierno, es un derecho que posee todo peruano. Pero para nosotros, parece que no aplica”.

Ausencia de alcantarillado

El problema del agua en Lima afecta principalmente a las zonas suburbanas de la capital. Las colinas que rodean el centro de la ciudad albergan un gran número de viviendas precarias, construidas con calamina y esteras, y atravesadas por un laberinto de escaleras y caminos de tierra pedregosos. No hay alcantarillado y a veces ni siquiera electricidad. A lo lejos, al oeste, el océano Pacífico se asoma detrás de una nube de smog. Al este se perfilan las primeras montañas de la Cordillera de los Andes.

Lima es la segunda ciudad más grande del mundo construida en un desierto, después de El Cairo en Egipto. Las precipitaciones son casi inexistentes, con una media de menos de 15 milímetros al año. Desde mediados del siglo XX, su crecimiento ha sido exponencial, sobre todo por las migraciones provenientes de los Andes, y ahora cuenta con más de 10 millones de habitantes. De entre ellos, un millón y medio no tiene acceso a agua potable.

En su restaurante de barrio – algunas mesas de madera en un patio de tierra – Justina Marcelo Mendoza estalla. “Nos prometieron agua para todos, ¡seguimos esperando!” Ella es de Huancavelica, en los Andes centrales. “Cuando era más joven, me ilusionaba Lima. Emigré pensando que habría muchas oportunidades, pero miren, es horrible. Lo que más me preocupa es la falta de alcantarillado. Cada casa ha cavado una fosa, pero están llegando a punto de saturación. ¿Qué vamos a hacer después?”

Los poderes públicos parecen haber abandonado estas zonas, que representan un inconveniente para ellos. “Por supuesto que Sedapal (la empresa pública de suministro de agua) podría conectar estas zonas a la red pública, pero sería extremadamente costoso y disponen de muy pocos recursos. Por lo que hay poco interés político, estas zonas no son una prioridad”, estima Eduardo Zegarra, investigador del Grupo de Análisis para el Desarrollo, GRADE.

Su crecimiento incontrolado también es un reto. Las casas han invadido las colinas sin planificación urbana alguna y un mercado negro de terrenos opera en zonas que son a menudo inconstruibles por el riesgo de sismos o derrumbes.

Al otro lado de la colina, en el barrio chic de Las Casuarinas (distrito de Surco), el contraste es impactante. Se erigen bellas casas, separadas del barrio pobre por un muro de concreto de varios kilómetros bautizado como “el muro de la vergüenza”. Aquí no falta el agua. Al menos en apariencia: los parques y jardines se riegan con agua potable, el césped está perfectamente mantenido y abundan las piscinas privadas.

La historia del agua en Lima es la historia de la desigualdad. En los barrios más acomodados de la capital, el consumo de agua por habitante llega a los 350 litros al día. En los distritos más pobres oscila entre los 20 y 70 litros diarios. Sedapal considera que no se debería superar los 150 litros por habitante para preservar las reservas de agua.

A pesar de estas grandes disparidades, “todos los habitantes se verán afectados por la escasez de agua”, advierte Marielle Sanchez, directora de la organización Aquafondo, quien lamenta la falta de concienciación colectiva. “Los habitantes no utilizan el agua con mucha prudencia, hay un despilfarro enorme. Piensan que el recurso es inagotable, sobre todo porque su precio no refleja su escasez, es paradójicamente muy bajo”.

«El Rímac es un basurero»

Los especialistas coinciden en que Lima está encaminada a una crisis hídrica. “Los tres ríos que abastecen la ciudad son estacionales y sólo se cargan unos meses al año”, afirma Paul Maquet, de la ONG CooperAccion. Advierte: “Ante una situación de sequía prolongada, no podríamos aguantar más de unos meses con nuestras reservas”.

El río Rímac, principal proveedor de agua, nace 180 kilómetros al este, a más de 4 500 metros de altitud en la sierra central, donde llueve de noviembre a marzo. La disminución de las precipitaciones debido al cambio climático y al fenómeno cíclico de El Niño, así como la desaparición de los glaciares tropicales, deja entrever las dificultades que se avecinan.

Lima no sólo está construida en un desierto, sin precipitaciones y con un crecimiento exponencial, sino que a esto se le suma el hecho que las sequías se harán más intensas, más largas y más frecuentes. Las lluvias que caerán (en los Andes), y serán también más violentas, dificultarán el tratamiento del agua. En 2017, Sedapal no pudo “potabilizar” el agua porque estaba demasiado cargada de sedimentos. Hubo cortes de tres o cuatro días en toda la ciudad”, recuerda Maquet.

Para evitarlo, los investigadores insisten en aumentar las reservas protegiendo los ecosistemas río arriba, en los Andes. “La clave está en garantizar la buena salud de las cuencas (hidrológicas) y de las zonas de altitud que tienen la capacidad de retener y producir agua. Un suelo erosionado, bajo el efecto de la deforestación, impide la infiltración en las capas freáticas. Por eso hay que rehabilitar esos suelos”, explica Paul Maquet. En el año 2014 se aprobó una ley en ese sentido -la ley Merese, bajo el gobierno de centroizquierda de Ollanta Humala-, pero la continua rotación en las instituciones, vinculada a una crisis política permanente desde el 2016, ralentiza la aplicación de dichos programas.

La calidad del agua está también en juego. En las orillas del río Rímac, la contaminación supone un riesgo para la salud de miles de habitantes. Los factores contaminantes son múltiples: metales pesados (arsénico, aluminio), residuos mineros, bacterias… Los proyectos sucesivos de “recuperación del río Rímac”, lanzados en los últimos diez años, se han quedado en nada.

En su bodega, una pequeña tienda de barrio situada a pocos metros del río Rímac, Inés Martel no puede evitar constatar “El Rímac es un basurero. Veo pasar animales muertos, plásticos y todo tipo de basura. Ahí se vierte el desagüe. ¡Ni siquiera usaríamos esta agua para lavar la ropa!” reniega. Ella y sus vecinos bombean agua del subsuelo. Cada jardín tiene su propio pozo. El agua aparenta ser de buena calidad, clara, pero los controles son inexistentes. Así que Inés echa sistemáticamente “unas gotas de lejía para matar las bacterias”.

Riesgo de infiltraciones de residuos tóxicos

Abajo, Rosalinda Sánchez observa a unos amigos de su familia lavar la ropa de su padre, fallecido unos días antes, siguiendo una tradición andina. “Sabemos que el río está contaminado, pero queremos seguir nuestras costumbres. Es triste, porque mi familia me decía que las aguas del Rímac eran cristalinas. Ahí se pescaban langostinos y peces. Ahora hay industrias informales que vierten sus productos químicos. El río a menudo se vuelve verde, morado, rojo…”.

El futuro no es más alentador. Los gobiernos sucesivos desde el año 2016 han dado luz verde al proyecto minero de cobre y zinc Ariana, situado en la región de Junín, en el corazón de la red de lagos donde nace el río Rímac. “No tiene sentido. ¡Equivale a poner en peligro la fuente de agua de diez millones de personas!”, afirma indignado Maquet, citando los estudios que demuestran el riesgo de infiltraciones de desechos tóxicos en los lagos.

Los beneficios económicos, modestos, ni siquiera permitirían justificar el hecho de tomar un riesgo tan grande. “En el Perú existe la idea de que cualquier freno, por más pequeño que sea, a la actividad minera, es perjudicial para la inversión” denuncia. “El Estado no debería seguir otorgando concesiones mineras en terrenos donde hay fuentes de agua. Deberían declararse intangibles. Está en juego la seguridad nacional”.

Inés Martel lo expresa de manera sencilla: “El agua es lo más importante. ¡más aún cuando no se tiene!”.