El salario mínimo: de vuelta en la escena
Los dos candidatos presidenciales aún en carrera han ofrecido elevar el salario mínimo en sus eventuales gobiernos. Confían tal vez que con esto contribuirán a mejorar los magros ingresos de nuestra clase trabajadora; o, quizá, en el poder de conseguir votos del anuncio. No debemos dudar de que el ganador cumplirá su promesa, por más que la Ley diga que no le corresponde al presidente tomar este tipo de medidas, sino al Consejo Nacional del Trabajo (CNT), organismo tripartito compuesto por representantes de empleadores, de trabajadores y del Estado.
En efecto, de acuerdo a su Ley Orgánica (LO), le corresponde al CNT determinar el nivel del salario mínimo y/o modificarlo. Los últimos aumentos, sin embargo, hechos estando en vigencia dicha Ley, los realizó el Poder Ejecutivo vía sendos Decretos de Urgencia. En esto el futuro presidente no innovará la práctica de la última década y pico, de aumentos al antojo del Ejecutivo. En efecto, si algún patrón hay en la evolución del salario mínimo en dicho periodo ha sido el carácter caprichoso de su fijación. Fujimori lo elevó en 160% en menos de un año, entre 1996 y 1997, cuando estaba en sus momentos de más baja popularidad. Toledo, pese a firmar la citada Lo del CNT, también lo cambió dos veces sin mayor sustento técnico. En esta dirección, nada parece cambiar, ¿o sí? Tal vez. El CNT se encuentra discutiendo el procedimiento de revisión del valor del salario mínimo para darle la formalidad de la que ahora, como buena parte del mercado laboral, carece. De aprobarse, esto podría poner fin a las pretensiones de nuestros políticos de ganar popularidad con una medida que, como muestra la investigación nacional e internacional, puede tener efectos opuestos a los que se desea.
En efecto, la teoría económica predice que en mercados laborales competitivos el salario mínimo eleva las remuneraciones, pero reduce el empleo. Sin embargo, fricciones y problemas de información en el mercado laboral nos alejan del caso perfectamente competitivo y relativizan la predicción. En cualquier caso, si el objetivo del salario mínimo es contribuir a mejorar el bienestar de los trabajadores el efecto ingreso debería predominar sobre el efecto empleo. Una investigación reciente de GRADE muestra que en el caso del aumento del año 2003 se verificó exactamente lo contrario. El alza del salario mínimo estuvo asociada a un aumento de los ingresos de un grupo de trabajadores (formales ganando entre 0.9 y 1.2 del mínimo antes del alza), pero también a una caída del empleo en un grupo más amplio de trabajadores, formales e informales. En consecuencia, el volumen global de ingresos de los trabajadores (salario promedio por empleo total) se redujo.
Estos resultados llaman la atención sobre la necesidad de un procedimiento más técnico para determinar el salario mínimo, eliminando su uso político. Alejar la decisión del ámbito presidencial y afirmar el rol del CNT en esta tarea parece un paso indispensable en esta dirección.